domingo, 3 de julio de 2011

QUE NO SE APAGUE LA LLAMA


¡Sartenada a las ocho menos cuarto! Todo el mundo arriba para comenzar un nuevo día en Bordeaux. Desayuno para cargar las pilas y al autobús rumbo a Montaigne. En un increíble paisaje de viñedos y chateaux, destaca la torre de Montaigne: la torre del “Tío Miguel”, donde vivió Michel de Montaigne y donde tenía su famosa biblioteca. Aunque se conserva muy poco de la vivienda original, recorrimos la torre, contemplando frescos originales y otros objetos relacionados con el célebre escritor, así como las vigas donde escribió sus famosas frases en latín y griego. Una cosa nos quedó bien clara: Michel de Montaigne era un gran sabio pero un hombre muy pequeñito.
Más viñedos, kilómetros de viñedos, hasta llegar a Saint Emilion, donde comimos en el patio interior de un restaurante muy acogedor. Elegimos un menú típico de la zona que estaba exquisito, regado con vino de Burdeos, por supuesto.
Merecía la pena un paseo por el pueblo, con sus calles empedradas y las casas de piedra con los balcones llenos de flores, eso sí, las cuestas eran para tomártelas con calma. En el interior de la Iglesia Colegial, asistimos a los preparativos de una boda ortodoxa y participamos de una curiosa forma de donación para la reconstrucción de dicha iglesia: por cada donativo, clavabas una chincheta en un tronco. Tenías disponible todo el material necesario: tronco, chinchetas y martillo.
El resto de la tarde lo dedicamos a conocer los lugares relacionados con Santa Juana que nos quedaban por recorrer. Estuvimos en el actual colegio de secundaria, donde se encuentra su tumba. En una emotiva ceremonia, Emma hizo entrega de la luz a Guiomar, la más joven de los que participamos en este viaje: “No dejes apagar la llama”. Momentos para la reflexión y el silencio, para encontrar dentro de cada uno ese “poso” que Santa Juana ha dejado en nuestras vidas.
Por último, nos acercamos hasta el primer colegio de la Compañía de María, en la calle del Ha. La capilla pertenece a la Iglesia Reformada de Francia y sólo pudimos verla desde fuera, pero al colegio sí que pudimos entrar, después de un rato de conversación en un “perfecto” francés con un recepcionista que no entendía nada de lo que le decíamos.
Ducha, cena y terraza, que hacía mucho calor y ya era hora de descansar un poco. Bajo las estrellas de Burdeos, buenas noches.