Arrastrando los pies, con hilos
saliendo de sus bolsillos, impecable el hábito, con aquel olor a recién
planchado, venía la Madre María Josefa
por los pasillos hasta llegar a la clase. Después de la oración de rigor,
sacábamos nuestras labores y empezábamos una hora en la que intentaba, como
ella decía, ”sacar algún provecho” de nosotras. Lo cierto es que tenía más
éxito con algunas que con otras ( yo era del segundo grupo) y pasaba la mitad
de la clase deshaciendo los nudos que, indefectiblemente, poblaban nuestras
labores. Sin perder la paciencia, corregía los errores de nuestra costura de
principiantes y, en ocasiones, cuando no tenía remedio, se quedaba con nuestra
labor y nos la devolvía al día siguiente, perfectamente rematada. Incluido el
revés, por supuesto, también el revés.
Castellana (como nos recordaba
con frecuencia, de Madrigal de las Altas
Torres como Isabel la Católica) recia pero de sonrisa fácil, severa pero
flexible en el trato con las alumnas, dejó un imborrable recuerdo en las que
fuimos sus alumnas y uno, más íntimo y personal en mí, que recibí de ella el
primer beso emocionado de felicitación el día de mi boda, incluso antes que el
de mi madre.
Ahora, que el Señor la tiene a su lado, no podemos evitar una
sonrisa cuando la recordamos, buena y sencilla, por los pasillos, camino de sus
clases. Descanse en paz, Madre María Josefa.
Cristina